Autorretrato de Don Miguel de Unamuno.
Asistíamos el otro día a una charla en el Casino de Estoril para hablar de Unamuno y de su libro "Por Tierras de España y Portugal", publicado por el ex-corresponsal de TVE en Lisboa, Agustín Remesal. La charla, en la Galería de Arte del Casino, estuvo amenizada por el intelectual portugués de 92 años, Eduardo Lourenço, otro intelectual portugués de apellido Vasconcelos, un gran guitarrista que nos deleitó con música portuguesa y española y unas lindas azafatas lusitanas, con reproducciones de dibujos del gran rector de Salamanca.
Si traemos hoy aquí al gran filósofo vasco y profundamente español, amante de Castilla y Portugal, es por su relación con dos grandes de la antropología física ibérica: su primo Telesforo Aranzadi, al que ya le dedicamos aquí una entrada y con el que compartió viaje en tren desde Salamanca a la portuguesa Barca d´Alva, para pasar unos días con el gran poeta portugués Guerra Junqueira, a finales del siglo XIX.
En otro viaje de Unamuno a Portugal, esta vez a Coimbra, visitó el laboratorio de antropología, lleno de cráneos procedentes de las colonias portuguesas, del catedrático de esta, entonces única, universidad portuguesa, Bernardino Machado, nacido en Río de Janeiro, hijo de un rico portugués, que aunque fue matemático, filósofo, masón y político (llegó a ser Presidente de la República), la "niña de sus ojos" fue la antropología física, entonces en pleno auge, antes d everse marginada por la antropología cultural después de la II Guerra Mundial. A Unamuno tantas mediciones de cráneos le despertaron recelos.
B. Machado
Sobre el pensamiento político de Unamuno, del que extraemos algunos párrafos:
No cabían, por tanto, en su alma de vascongado resentimientos hacia España. Jamás habló, sino para condenarlos, de odios, de revanchas ni de sentimientos en los que tuviera cabida el menor atisbo de bajeza, ni menos de violencia insensata y criminal. Decía, en un rasgo de originalidad exclusivo, que los españoles deberíamos españolizarnos para universalizarnos, no para europeizarnos, pues sostenía que esto era aún muy poco para una nación tan grande .
Los falangistas, por su parte, eran grandes admiradores de Unamuno, no tanto porque conociesen a fondo su obra, sino porque aquel vasco enamorado de España y defensor a ultranza de su unidad nacional, era una referencia importante, coincidente en cierta medida con su propia doctrina y con sus románticas nostalgias imperiales. Unamuno vuelve a cantárselas claras a la república, condenando los desmanes y los crímenes y declarándose partidario del alzamiento militar del 18 de julio de 1936. Resultado: un decreto de la república lo destituye del rectorado, de su cátedra, de todos los honores que le habían sido conferidos y hasta se ordena borrar su nombre de una calle y de un instituto de segunda enseñanza de Bilbao. (Decreto. 23-VIII-36). Después es cesado por los nacionales, tras el incidente con Millán Astray.
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